No dejamos de ver en televisión y
prensa internacional como los periodistas de países europeos se meten con
España (llámense Francia, Reino Unido e Italia, por ejemplo). Una estrategia
que a veces utilizan para apartar el foco de atención de sus penurias y señalar
al vecino con el dedo al grito de ‘ese está peor que nosotros’. Lo curioso es que muchas de esos pecados de
los que nos culpan también los cometen ellos, pero en esos momentos de
arremeter contra el otro sacan todo su orgullo patrio. Un acontecimiento que
tira más tierra sobre el tejado de España porque meten miedo, un miedo que se
ve reflejado en la bolsa (eso que nadie entiende pero todos saben que es
importante, y tanto). Así, ¿cómo vamos a remontar el vuelo? Tenemos que cargar
con nuestras propias piedras, esas que son tan pesadas (ya se llamen crisis,
deuda, o mala inversión en los años de bonanza), además recibimos las chinitas,
cada vez más grandes, de aquellos estados miembros de la Unión Europea que
vienen detrás y comparten muchos de nuestros errores (aunque evidentemente no
todos). Pero eso no es lo más grave del asunto, lo peor es que nosotros, los
españoles somos nuestros peores detractores, somos los que vemos la noticia y
añadimos más cosas, más problemas, más miserias… como una vez señaló Sánchez
Dragó, escritor que no valoro en demasía pero que acertó al titular aquel libro,
‘Y Si habla mal de España es español’. Algo que ha reafirmado hace poco el
aclamado novelista, y antes periodista, Arturo Pérez Reverte, en su artículo:
El calvario de ser becario (con rima y todo).
En su columna cuenta como los
aspirantes españoles a una beca en el extranjero la pueden perder fácilmente
gracias al lento e incompetente trabajo de la burocracia española, cosa que no
sucede en Francia o Italia, por ejemplo. Y parafraseo:
“Y
entonces, señoras y señores, Juan o Ana, como cualquier chico en su situación,
se tropiezan con la España de toda la vida: vacaciones de Semana Santa, puente
de San Prepucio, he ido a tomar café, cerrado por agosto, etcétera (...) Y ahora pónganse en el lugar de Ana, o de
Juan, intentando explicarle a un empresario sueco que, a diferencia de otros
chicos italianos o franceses cuya beca se tramitó en quince días, en España las
cosas van de otra manera.”
Ahí, justo ahí, discrepo
sobremanera con el señor Pérez-Reverte. Yo estoy disfrutando de una de esas
becas en el extranjero, de hecho es la segunda que disfruto, primero una
Erasmus y ahora una Eurodysea y todos los papeles se arreglaron dentro de lo
previsto, sin más dilación. Es más, muchos trámites de esta última beca los
hice en época estival, esa de “vamos a la playa”, sin mayores incidentes. Vamos, pude ir al paro, pedir la tarjeta
sanitaria europea, y otros tantos carnets y certificados más que necesitaba sin
ningún tipo de problema, y si no podía hacerlo in situ, me facilitaban una dirección web en la que agilizar el
trámite. Algo que se agradece. Así llegué a finales de julio a Francia donde me
encontré prácticamente todo paralizado por las ‘congés’, vacaciones de verano. Hasta ahí lo puedo entender, todos
tienen derecho a sus vacaciones, pero eso de que haya terminado septiembre y
aún están tramitando mi expediente de una ayuda al alojamiento que solicité en
julio, cuando se supone que si la solicito es porque la necesito en ese momento
y no después, eso no lo comprendo muy bien. Y aún menos que me manden cartas
solicitándome papeles que ya he entregado pero que han perdido en el curso de
la tramitación. Es más, tengo compañeros que llegaron en mayo, y aún siguen
esperando una resolución a su petición.
Pero la burocracia en Francia es mejor (ironía) como señala,
Pérez-Reverte. Por eso, al finalizar mi
Erasmus, que también realicé en Francia, tuve que esperar hasta mediados de
octubre para recibir mi expediente y poder matricularme en mi universidad
española, esa que venía pidiendo mis calificaciones desde junio, cuando dejé
Francia. Tras muchas llamadas, correos, e incluso, palabras mayores,
conseguimos el preciado expediente, que me habría la puerta a mi último curso
de carrera. Y, además, conozco otro
ejemplo más reciente y más explícito, un compañero que conocí aquí, en Francia,
quería hacer un cambio de universidad, de una ciudad francesa a otra, y se
chocó con la burocracia nacional, esa de “lo siento pero el horario de atención
es solo de 9h a 12h cuatro días a la semana”,” ha llegado quince minutos antes
de cerrar, vuelva mejor mañana”, “necesita la firma del responsable que solo
viene los jueves”, “debe mandarlo por correo ordinario”, etcétera. Y así vio
que pasados dos meses y tras enviar su dossier en dos ocasiones por correo
postal aún no había recibido la respuesta de la universidad receptora… pero,
evidentemente, la burocracia Española es mucho peor (ironía de nuevo).
No digo que en España las cosas
vayan bien, sería negar lo evidente, pero no todo es malo, o no peor que los
otros países. Ya soportamos suficiente peso para encima echarnos más mierda. (Quería
acabar con una palabra malsonante para imitar el estilo de este periodista que
parece siempre escribir con rabia).
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