Aquel jueves de marzo, de hace ya 10 años, ella despertaba a las 7.30h, como de costumbre, y repetía el ritual de cada día antes de marchar a clase. Se vestía, desayunaba, se aseaba y ponía rumbo a otro día de estudio. Aunque aquel día olía diferente, se palpaba diferente, una tristeza, una incertidumbre, un silencio… invadía su casa.
La chica desayunó con calma mientras su madre y su hermano, nerviosos, se disponían a salir. Al tiempo, extrañas imágenes de caos, y destrucción se aglomeraban en los informativos matutinos. Nadie comprendía lo que sucedía en los trenes de Cercanías de Madrid, ni los periodistas, ni los testigos, ni los televidentes... y con más miedo que desconocimiento parecían estar reacios a tildar el suceso de ‘atentado’.
La joven, ya sola, se encogió de hombros, apagó el televisor, posó el vaso del desayuno en el fregadero, se echó la mochila a la espalda y cogió el camino para el colegio. Se reunió con sus compañeros con los que comentó las extrañas imágenes de las que nadie parecía tener ninguna noticia. Aquel 11 de marzo los profesores parecían mostrar cierta condescendencia hacia la chica. Ella no sabía cómo reaccionar, se sentía abrumada, confusa, sin saber que debía sentir; y así pasó la mañana hasta que el familiar pitido anunciaba el final de otra jornada más en 3º de E.S.O. Volvió a su hogar.
Tocó el timbre y respondió su mamá. “Ya han vuelto del hospital”, pensó la niña con un gesto de desconcierto. La madre vagaba por la casa queriendo concentrarse en una actividad, realizar las tareas, servir la comida a su hija, intentar sacar de su cabeza la vivencia de aquella mañana… Mientras tanto, su hijo se encontraba acostado, guardaba reposo. La chica se sentó a la mesa, esta vez junto a su madre, y la televisión repetía las imágenes que le sorprendieron durante el desayuno. Ahora daban más detalles, hablaban de dos centenares de muertos, de quizás ETA, quizás islamistas… los llantos se repetían y a todos se les grababa ese día en la memoria.
Y llegó el domingo 14 de marzo, día de elecciones, aunque en casa de la niña ese evento pasaba a un segundo lugar. Su hermano cumplía 19 años y faltaba a su primera cita en las urnas. Continuaba postrado en la cama, como la mayor parte del tiempo desde el pasado jueves. Al pie de la misma se encontraba un caldero al que recurrir si perdía la lucha contra la angustia. Débil y desganado recibía visitas de familiares que intentaban arrancarle una sonrisa en este, mal acaecido, cumpleaños.
Hoy, diez años después, la madre lo recuerda como la primera batalla ganada de una guerra contra la enfermedad. “El 11 de marzo de 2004 a mi hijo le dieron la primera sesión de quimioterapia, y tengo que dar gracias a Dios, otras madres perdieron hijos de la edad del mío, pero él sigue vivo”.
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