La falta de costumbre al sol hace que cuando salga le afecte los ojos y necesites un complemento muy poco útil aquí, en Francia. Hablo de las gafas de sol. A pesar de que Viky Beckham y otras tantas artistas las popularizaran hace algunos años, dudo que por estas tierras aumentara la demanda. Al menos en esta región hasta hace nada se podían contar los días de sol con los dedos de una mano. Y digo hasta hace poco porque, aunque parezca mentira, el sol se está dejando ver más días de lo que estamos habituados, o las nubes lo están permitiendo. Y hoy ha sido un día de sol radiante y brillante, un verdadero día de primavera y de gafas de sol. Hoy las nubes solo estaban en el cielo para decorar, nada podían hacer para tapar el gran astro. 
Como chica precavida y buena conocedora del sol (como buena murciana) me he armado de gafas para salir a la calle ante la advertencia de Elena de –“Muchacha quítate eso que aquí no se lleva”. Pero lo cierto es que no me han molestado nada.
En la universidad se arremolinaban grupos de estudiantes esparcidos por todos los espacios de sol que se encontraban en el gran patio central. La terraza del Café florés ha sido desplazada hasta otro de las zonas bañadas por los rayos de sol.
La gente sonreía, se dejaba ver y mirar. Todos parecían más felices, con más color en este día luminoso, todos regalaban sonrisas.
Yo con mis gafas parecía ser la única que se “escondía” del sol. Pero sonreía igualmente.
Hoy gracias a los efectos del sol se veía a la gente más feliz… o ¿son las sonrisas de las personas las que han hecho que salga el sol?
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